lunes, 2 de diciembre de 2013

CANGREJOS VIVOS AL CALDERO HIRVIENDO

El saludo habitual de los moriruti es "Buenos días con alegría", a modo de declaración de principios y finales, así como, claro está, un mostrar las manos abiertas que nada guardan y a nadie dañan.

La historia nos muestra que se puede matar alegremente a masas solo con quitarles el rostro, pero a costa de la Alegría.

Consultar la Vida de los verdugos más ilustres viene a ser como redactar la lista de boda para tus esponsales con el dolor.
La crueldad no es grata a los hombres de buen corazón aunque asegure seducir el paladar, así lo justificó Saturno y a día de hoy nadie le invoca.

La Alegría supone una cierta excelencia en la misión en la tierra, una ímproba itinerancia hacia la plenitud.
La Alegría, y todas sus hermanas, regalan cántaros de leche fresca y  perfecto vino; son la aguja y el hilo que cosen un estado de Gracia a la espalda y al mundo.
Después uno salta la barrera de lo que nadie supo contar, no nos daremos la vuelta despechados si cuando más cerca estamos la amada calla como el seductor desierto.



INGREDIENTES

- La lluvia otoñal de los millares de hojas.
- Destapar lo perverso so mantas que no son suyas.
- Tomarse más en serio un vaso de agua que a si mismo.



Vamos allá.


El enamorado que nunca sabe si merece a su amada aun cuando yazga junto a ella en el tálamo o se pregunta si la mereció cuando en el lecho de muerte
...me distrae una hoja reposando su caída en mi hombro, como un pajarillo que acudiese a comer de mi mano sin reclamo alguno ni nada que ofrecerle; no siembro amapolas en el trigal pero si salen me molan.

Todos los hombres me abren en canal la extrañeza del amor, rico sería si solo amase a los amigos, pero soy pobre y busco pese a todo mi lugar en el mundo aunque yerre como un estilita, pues ninguna fe se necesita para creer a un Dios de existencia segura.

Soy animal de ritos por acudir cada anochecida al mismo banco del Retiro a escribir, digamos que he encontrado el mejor sitio para hacer lo que allí sea que vaya a hacer, nunca voy ni regreso por el mismo camino. Es mi rito, mi llamada a la puerta con los nudillos.
Hasta que todo brille como el sol llamaré.
Hasta que querubines bailongos me tomen por los piés llamaré.

Una de las maneras de acabar con los principios propios es aprender a cocinarlos, pues ya no nos basta con un poco de azúcar en la píldora, aquello a lo que nunca renunciaríamos bien lo engullimos si bellamente cocinado.
Cada una de esas manducas es una caída al vacío como en un sueño sin despertar.

Se puede explorar ninetofive y volver luego a nuestro cómodo siglo o como en el XIX, dejándote la vida en la selva, el polo o el desierto, de esta última manera exploro la meditación desde hace unos años, pero con mi impericia solo he hallado la nada, la oración no petitoria y la jaez de la humildad.

Imaginemos a un enfermo mental incurable encerrado de por vida en un sanatorio que de la noche a la mañana recuperase la lucidez y se viese rodeado de gente que no sabe lo que dice y hace y que dice una cosa pero hace otra.
No tiene moraleja, solo imaginemos.

Me permito entonar ahora un mea culpa.
Hace un tiempo me prestaron un libro que a su vez, incauto de mi, presté.
Cuando la dueña del libro me lo reclamó no pude devolvérselo y me soltó que se había equivocado conmigo, pues pensaba que yo era de los evolucionados, tal y como suena, no pude más que agradecerle haberme sacado del club en el que  me inscribió sin mi consentimiento.

Ni si me beneficia ni si me perjudica quiero ser cómplice de la selección de la raza aria espiritual de como me sonó aquello.
A día de hoy el libro le ha sido devuelto y camino más suelto que nunca, tan ligero como el cuento que se sigue.

Erase una vez una niña sentada por primera vez en un teatro.
De la tragedia griega que se representaba he olvidado el título pero recuerdo que moría hasta el apuntador.
Tiene la chiquilla los ojos como soles, ensoberbecida como los mares, ajena a cosa alguna más allá de escenario, ni una pizca más de realidad le cabe. Lanza y recibe las estocadas, el corazón que se rompe en la tarima se le parte a ella, no puede más, tiembla como una castaña en el brasero.
En ese momento el inquietante decorado plúmbeo y nebuloso se descuelga de un extremo apenas unos centímetros, ni uno más de los necesarios para sacar de allí a la niña a la velocidad del vertiginoso rayo.
Todas las pasiones hace un momento erguidas se le disipan, de pronto se encuentra viendo una de romanos en un lugar no muy cómodo y rodeada de gente que hace ruidos.

Colorín colorado este cuento es un incendio, de manera que el fin del cuento no es la extinción del incendio.


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