lunes, 16 de diciembre de 2013

SOBREMESA CON DUENDE

Llevo poco tiempo contando ínsulas extrañas, como esperando que llegando a una cantidad todo vaya a cambiar, que tal vez se me expida célula de habitabilidad quinquenal o reciba una clase magistral de Michel Jackson en el arte de la fuga.
Voy por la 23, un número bonito del que esperaba más, aunque lo mismo me viene sucediendo con cada uno desde el primero.
No creo que la renuncia sea la vía aunque no deje de hacerse, pero la alegría, ¡Ay, la alegría!, la Alegría es una fuente fría en un desierto exagerado.
Resulta que contar ínsulas extrañas es el cambio, que desde que lo hago estoy atento tanto o más a la deriva que a la luna.



INGREDIENTES
- Tierra a la vista.
- Días contados.
- Un buen amigo.
- Afortunadamente nada más.






Vamos allá.


-Los tesoros que persiguen a los Hombres apenas son sombrajos en el corazón-, fue lo primero que me dijo.
Se me iban los ojos detrás de una bolsa que llevaba rebosante de papeles de colores, así que no presté mucha atención a sus palabras.
Trataba de averiguar qué habría debajo de los papeles, ¿más papeles?, ¿una brújula  submarina?, ¿una marioneta de chocolate?.
Estaba tan distraido que, contraviniendo una de mis artes más arraigadas, pagué los almuerzos en vez del habitual simpa. ¿Un manuscrito?, ¿un altar portátil?, ¿las tablas de la ley de la imcomparabilidad?
Caminamos varias calles cuyas farolas fue apedreando con una eficacia que en otras circunstancias, aparte de divertido, habría competido con mi innata habilidad para romper cristales de ventanas del primer piso.
Llegué a ofrecerme para llevarle la bolsa con la más que razonable intención de salir corriendo con ella en cualquier dirección, pero no lo aceptó porque, según me dijo, estaba practicando muy duramente para pianista manco.

A mi amado amigo Federico
- Diga lo que diga, yo nunca tengo razón - me dijo después de un rato de repartir por los buzones cartas anónimas de amor, pero yo hacía las cosas sin pensar, pues seguía pergeñando cómo arrebatarle la bolsa. Le pregunté si me dejaba entrenar un rato para pianista, pero me contestó que la bolsa aparece cuando el alumno está listo, y esto sí que lo oí bien, ¿listo para qué?, ¿para cortarle el brazo?

Ya me veía corriendo calle abajo sin dejar de enseñar el culo a las ancianas que me cruzase con un brazo amputado entre las manos al que tendría que tronchar los dedos con un cascanueces para separarlos de la bolsa. Aparté la idea para un más lento estudio posterior y seguí cavilando.
Tal vez si contratase los servicios sexuales de con quien sea que los duendes lo hagan, diciéndole que dijese que tenía alergia a las bolsas con papeles de colores..., así que le pregunté que con quien se reproducían los duendes y si llevaba parejo como en nosotros un gozo vertical, a lo que respondió con una mirada cómplice que me hizo pensar por un momento que había acertado, ya me relamía de verme custodiando la bolsa mientras él se desnudaba en habitación contigua cuando empezó a decir:
- Todas las cosas de este mundo, amigo mío, comparten una particularidad, todas tienen un brazo que se les puede cortar. (no me hizo falta entender lo que significaba el acertijo para que me cayese como un jarro de agua fría). Ayer tuve ocasión de escuchar un disco que había tenido grabada una música extraordinaria pero que ahora está lleno de insultos.
Nos reproducimos con vosotros, os asistimos en la sombra, y el gozo es tan mayúsculo que le hemos puesto su nombre al planeta, Tierra, humus, humildad.
Lo que vosotros os permitís llenar de insultos, nosotros de música excepcional abastecemos. -

Estaba claro, la había cagado y ya solo había pie a cortar el brazo, pero antes, por evitarme el mal trago, le pregunté por el contenido de la bolsa.

- En esta bolsa, mon petite su-su, llevo todo. LLevo tu funda, tu infancia y las frentes amadas, todas las vidas que te hubieran atravesado a nado si hubieras sido un lago y el mapa de las fuentes secas. No contiene nada, papeles de colores.-

A quien se le diga que corté un brazo a un duende para quemar papeles de colores y que no me llamo Walt Disney...

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