lunes, 23 de diciembre de 2013

SITIOS PARA CENAR CON ENCANTO III

Necesito pasar un rato cada día con una mujer embarazada, pues acaba un año que se ha contado por muertes; no soy yo, es la ilusión pidiendo realidad, como si una criatura aun por ser fuese el modelo en base al que recomponer lo roto y esparcido por el suelo empeñado en decir que se llama yo, como un torturado que no se doblega a las puertas de su impúdica por dolorosa muerte.

Salgo a la calle con el propósito de distraerme del último entierro preguntando a mis paisanos por sus preocupaciones, todos hablan bote pronto de política y dinero, intento rascar un poco más la piel y aparece la división de opiniones, unos hablan y otros callan.

La tristeza se parece a la alegría en cuanto que ambas son estados despiertos del corazón.



INGREDIENTES
- De vez en cuando un mal camino.
- No terminar de entender.
- Un beso excéntrico al saludar a Manrique.



Vamos allá.

Delicada cicatriz del alma,
como las carnes cosidas por un cirujano.
Delicada cicatriz del alma.

He vuelto para mirar la mar, para formar un recuerdo que dure bastantes años.
Como si le fuese la vida en ello y yo pudiera salvarla.
Vamos a cenar a un restaurante donde los clientes se ponen la mesa
y se toman nota unos a otros y nadie se senta solo  ni en pareja, sino todos a la gran mesa.

Está frente al mar que salpica cuando le entran ganas.
La luna nos trata como a hermanas.
La mar nos retiene como una pared.


Es inevitable la risa, llega un momento en la vida en que lo primero que se detecta del lugar al que se llega es el cuarto de baño y la puerta de salida.

No es que esté triste por el último sepelio, es que un orondo y jovenzuelo jilguerillo me está preguntando qué llevo en los bolsillos.

El restaurante se llama Casa Segismundo.


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