lunes, 9 de diciembre de 2013

coMAN DE LA verdad


El 5 de diciembre de 2.013 es un buen día, ha muerto Nelson Mandela, un anciano Madiba de Qunu.

Un número le acompañó más de la mitad de sus días, el 46664, que agrupado de la siguiente manera 4-666-4, podría decir que el diablo, 666, está atrapado en el mundo representado por el 4 y su compañero de celda es nuestra ilusión de su señorío y propiedad. Tal vez magnifique a Mandela viendo en él la refutación del silogismo de perro verde del mal, pero en ninguna de sus formas el mal es señor del mundo, ni asistido por nuestra complicidad ni por libre.
Basta echar un vistazo a su espíritu y al de sus jueces una vez despojados de los adornos, a palo seco que diría mi abuelo.


Hay días tristes que son de alegría solapada, desde ese día todos sabemos que vivió entre nosotros otro hombre más de los que poco a poco saben el alcance último de que lo que le hacen a un hermano te lo hacen a ti.
No obstante, pese a ser un día feliz, desde entonces mi alma se ha extrañado, anda taciturna, como relajada en el brillante caos.

Sabemos de donde a donde y hasta les ponemos nombre, pero nada sabemos de las fuerzas que operan dentro de cada Hombre.

Es sobrádamente conocido el saludo namasté juntando las palmas por delante del rostro hasta el plexo por el que se reconoce la esencia divina del otro, y que hace gala de dos festejos a mi entender, el ya dicho de Dios en el otro y el inmensurable gozo de ver. Os saludo y le saludo más o menos así.


INGREDIENTES
























Vamos allá.


Si hemos de llegar y nada cambia como lleguemos, mejor cantando y bailando que llorando.

Lejos, apartado de la civilización, Nelson se propuso que volvería hombre o no volvería, vio claro, ¿qué más puede hacer un hombre libre en prisión?

Pasó su vida preparándose para el último día, no nació para ello, se hizo a la libertad, abdicó de la fuerza como un rey a su corona.

Conozco a más de mil como él a los que el mundo llora todos los días, de cada mil actos suyos mil son de amor, luego ya tenemos un millón, llevan grabada en las manos la verdad de un mundo santo.

Los presos aman la música sin hogar, las mujeres sin hijos los versos y los animales salvajes el estrés.
Yo quiero a Mandela, uno de los que recordó y desistió de la paz a precio de armar manos, pues en nada ayudan los muertos que no mueren en paz.

Hace unos meses murió un amigo del que me propuse hacer un panegírico, mucho antes de hilvanar las ideas centrales supe que queriendo hablar de él solo podría hacerlo de mi.

La metáfora del despertar se impone.
Mandela despertó al sueño del hombre desde el sueño eterno, algunos escalones los subió de dos en dos y otros se hundieron a su paso arrastrándole en la caída.

Era africano porque era oriental y americano, austral y europeo; cada cual le veía de un color, por mi parte, mezclado en razas cada una con sus mitos y sus luces, veole transparente entre los translúcidos visillos de la verdad que reverencia sus propias disonancias.

Nadie le supone a la santidad transmisión genética, cuando uno muere su carácter queda flotando a no ser que le ayudemos a irse para no volver o a quedarse para nunca irse.
Muchas y divertidas épocas ha pasado la  santidad, desde mucho antes de nuestra era hasta nuestros días ha ido brincando por variopintos significados, hubo un tiempo en que santo era el idiota y uno en el que el versado, ocasiones en que lo fue el mártir y ocasiones en que el guerrero, hasta de un culto sé que oficiaba: Sancte Sócrates, ora pro nobis.

Si al César lo que es del César, del César lo que es nuestro.
No leáis editoriales bien firmados, antes recogeos aparte un rato, ni veáis magníficos documentales de su vida, metas y luchas, antes bien hablad con la gente.

La suerte de compartir siglo con uno que puso mejillas a la vida, que conocía la bisagra de las cosas; que era aldeano y, como todos, de lentejas y agua; que vio muertos en las calles de todos los bandos y ante cada uno de ellos parte de su sangre se organizaba en sepelio.

Dicen que un espartano arengó a los suyos antes de la derrota segura diciendo: "Alimentaos y desayunad bien, pues esta noche cenaremos en los infiernos".
La noche que Mandela cenó en el infierno, en lenguaje gregoriano, fue la del 18 de julio de 1.918, así les sucede a los Hombres buenos, nacen en el infierno para desmentirlo.

Era un compañero de trabajo.

Lo que es una razón para vivir es una razón para morir, teniendo con los motivos para vivir proporción tan inversa como la belleza con la cosmética.
Lo absoluto en Mandela es el asombroso vaciado de sí.
Esperemos que, como esos guerreros que nombré, Maliba defienda bien el paso de las Termópilas si es lo que le ha tocado, este volviendo ya en cualquier chiquillo si es eso lo que hay o si fuese ser nadie lo que nos espera, lo sea como Ulises.
En ningún destino le auguro parabienes; si es en la nada será en su cierta incomodidad; si como una vela está pasando su llama a otra vela, la firmeza del temblor sea el único equipaje a salvar en caso de naufragio; y si es con Dios, como custodio descuidado de las pruebas de su existencia y de su inexistencia.

Tempus fugit, empieza a nublárseme la vista, comienzo a percibir este día feliz como aciago sin par, así pues, como si fuera un perrillo voy a sacarle a dar una vuelta:
"A mi alrededor, el mundo se desmoronó literálmente, desaparecieron mis ingresos y no pude cumplir con muchas de mis obligaciones", anticipaba en 1.981 de su muerte en 2.013

Permitidme en su honor contar una historia que le oí cuando era niño, se titula "Del principio de la historia y la felicidad".

Había una vez un espíritu infinito mitad  gacela y mitad león que en dicha y ocio bañaba sus días reinando un país muy lejano solo en los libros.
Era tan conforme su gobierno para todos, tan bien se habían repartido el bien y el mal el espacio a sombrear, que la magia y la suerte se habían hecho del todo innecesarias y fuera de lugar.


Comenzó siendo un anhelo sottovocce transmitido por los verdes bosques al que pronto se sumaron los prados y los ríos, hasta elevarse como una nube negra de tormenta en rebeldía.
Al poco tiempo todos los habitantes del reino, a rostro descubierto y viva voz, acordaron elevar una petición al espíritu que los gobernaba tan frenéticamente despreocupado.
Convocada la asamblea, la portavoz de las flores que andan dijo así:
-"¡Oh, majestad! A ti que eres como nosotros, que te nombramos reina por ser la que con más arte combinas de entre todos nosotros, elevamos nuestra petición de desequilibrio, incertidumbre y preocupación.
El apetito de extremos nos reclama.
Haz la mezcla y que empiecen a contar los siglos."-


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