lunes, 30 de diciembre de 2013

COPAS MIRANDO UNA PUESTA



Fuerte y sin destino se muerde la lengua.
Las secuelas de tener solo una orden y cumplirla van emparejadas a la ingravidez de nuestros intereses; podemos forzar que las cosas se parezcan a nos o imbuirnos en un desconocido y acojonante lo que las cosas sean. De la primera ya sabemos que se acompaña de un sufrir empalagoso, de la segunda, en cambio, solo vemos un cierto tic de negligencia común a todos los que unge.
Es la inmoralidad del espíritu haciendo de las suyas.

Me hubiera gustado crear en mi vida los hábitos del deportista, pero solo compito y combato contra mi, por ser un buen tributo a mi madre, de la que oí por primera vez la palabra inclusa que luego se convirtió en orfanato.
Todo lo que escribo responde a aquella fórmula de presentación que nos enseñaban cuando era pequeño, "...para servir a Dios, a mi madre, a mi padre y a usted". Pero no me centro en el silogismo divino, a mi madre ofrezco mi extraordinario fracaso brillante como la luna, a la tumba de mi padre he amontonado toda la música por componer no vaya a ser que le dé por levantar la cabeza y usted es una lejanía clamando como el eco del arrastre de cadenas.




INGREDIENTES
- Una pizca.
- Un puñao.
- Una miaja.




Vamos allá.



Me acojo a sagrado en la ferviente inconsciencia del enamorado.


Está tan desnudito el sol en sus últimas horas como una Gioconda sin ropa.
Miedo me está dando la madrugada a la que precede, como si fuera a meterme en el cuadro a saciar todas mis hambres.
Soy hombre que mancilla, deseo romper su promesa a todos los hombres.
El sol es mío, pero lo mostraría para vuestra envidia.

La noche es una droga dura, así pues, intento despedirme de todo corazón de la sobriedad poniéndose en el horizonte.

Si Victor Frank me preguntara ahora mismo por qué no me suicido, tendría que responder que porque ya lo hice y no hay enmienda posible.

¿Con sombrero y sin dinero, adonde vas Canaán?
Voy a contar un cuento, tralará, a mi abuelita antes de dormir.
¡Uy, que bien!, me encantan los cuentos, cuenta, cuenta... 

   Erase que se era, que se era que se fue, cuando se fue ya era mucho el tiempo ido sin que Caperuzza hubiere mostrado su virginal tesoro a alma alguna, como si de un mundo ajeno al de la carne y el hueso fueran sus deseos.

   Quiso el azar, el azahar y el bosque, por separado o juntamente, situar en las estribaciones un bello Homelupus, ramificado por el lugar cual hiedra joven, de modo que nada acontecido en el bosque le pasaba inadvertido; supo de una niña a la que llamaban Caperuzza, vigiló sus paseos cantarina por el bosque, la observó cuando simulaba cortar flores y hacer ramilletes hermosos con ellas, codició aquel cuerpo que se le mostró desnudo en los baños refrescantes del verano. Aprendió sus itinerarios y fundó cabaña en los lugares más propicios para un paciente estudio. Inevitablemente supo de la enfermedad de una anciana a la que la niña amaba, cuya casa frecuentaba para dispensarle sus cuidados. Ofreciose Homelupus, por ganar presencia ante la niña, al cuidado desinteresado de anciana y casa a punto de ser devoradas ambas por raíces y ramas.
   Bien vivía la anciana a su cuidado sin que nada le faltará y bien se lo agradecía la niña generosa en sus maneras: tartas de queso, conejos adobados, secretos de niñez, dolencias ocultas…., mostrándose tal como era.
   Relamíase Homelupus en la posibilidad de enamorarla.

  Sufría Homelupus, ¡cuántas veces sus zarpas quisieron zafarse de sí y acariciarla!, ¡cuántas charcos de saliva acelerada tragó con maestría recién estrenada!, ¡cuántas cruzadas libró contra sus atavismos con ansia de derrota nunca alcanzada!, ¡cuántas noches durmió de puro agotamiento!
   Y es que encima Caperuzza le mostraba un especial cariño, con todo su ser inocente le acariciaba, si lo que un solo roce le significaba a la bestia hubiera sospechado, se le hubiera partido el corazón a la chiquilla como parte el tronco tras su conversación con el rayo.
   Muchas más que muchas veces quedó Homelupus a un tris de transmitirle sus deseos, pero nunca nunca lo hizo. 
Caperuzza debía atravesar el bosque camino del pueblo y volver, jugar con otros niños y comer verdura, bañarse desnuda y abrigarse contra el frío, engendrar pequeñas y lindas niñas pelirrojas, hacer trenzas y proteger lobeznos.
   Mas si lo que Dios une no lo separasen los hombres, buena hubiera sido esta negligencia de sus instintos, mandar callar a su erizada cerviz y tragarse su feroz saliva hubiera tenido un final feliz en otro mundo, en otro cuento.

 Crecía regalado por aquellos pagos un príncipe que sería rey que a punto estuvo en una cacería iniciática de emboscar a Homelupus hacía algunos meses. 
Era príncipe de principesca educación: latines, geometrías, música y geocentrismos, amén de las artes de la guerra y la vileza.
   Todos se afanaban por aquellos días en los preparativos de la celebración del quincuagésimo aniversario del futuro rey, encontrándose entre los festejos incluido el desquite sexual con moza cualquiera de su elección.

   Celebrose para atraer gentes de todos los pagos una fantástica feria a la que acudieron todos los comerciantes de oriente, todos los magos e inventores, todos los sacerdotes y meretrices a los que llegó la noticia.

  
Y sucedió lo que todos los que conocían a Caperuzza sabían de antiguo que ocurriría, de que pasta no estaría hecha que todos los que la veían por primera vez no recordaban una impronta tal, unos ojos de tan dulce voz, un valle tan feraz en que solazarse. Todos quedaban perplejos como quien observa una nueva fuente de energía.
   Así, para sí el príncipe la quiso, la señaló con un solo dedo y ante él postraron a Caperuzza. 
Atenta escucho las lisonjas y promesas de una vida exclusiva, lejos de lo que habitualmente hacen las gentes, lejos de los hombres, en el convento cerrado por fuera y por dentro donde retiraban a sus desvirgadas.
   De Homelupus había aprendido Caperuzza a entender como animal encerrado y no se inclinó ni una sola vez. Sucediera lo que sucediera supo en ese instante que nunca más correría por las praderas hasta desfallecer de puro gozo.
   Los lazos de la especie la habían atrapado, estaba donde debía estar, a un palmo de la muerte.
   Sus pensamientos mientras aderezaban al príncipe eran para Homelupus, no podía recordar si le había dicho alguna vez que jamás nadie la quiso tan dichosa y que le quería.
   No está muy claro cómo llegó el lamento entre dientes de la niña hasta Homelupus en apenas unas horas, dicen que el mensajero se daba un aire al rocío y que se notaba que no había hecho fonda. No bien hubo recuperado el resuello y el motivo de sus prisas, contó íntegro el bisbiseo de la niña; después todo fue violento…. 
Por primera y última vez se dejó entrever atravesando el reino en dirección a palacio. Todos a su paso se apartaban, ni los mismos centinelas osaron echaron el alto. 
Encontró en la intrincada oscuridad del castillo la estancia que buscaba y allí mismo, sin perder un segundo, engulló al huésped. No le supo ni bien ni mal aquel príncipe, esperaba a la guardia.
   Nunca entendió como pudo equivocarse de presa.
   Uno aprende a dominar sus instintos por inhibición hasta hacerlos del todo ineficaces cuando son requeridos.
   Gracias en parte a la longevidad de Homelupus y a su estómago faltón y en parte a las artes del más hábil carnicero del reino, aun sin digerir y entera estaba Caperuzza cuando de dos cortes limpiamente la sacaron de aquel caliente lecho de amor.
   De nuevo fue postrada ante el príncipe con ese frío al que ya no pudo acostumbrarse.
   Se conjuró para sobrevivir y bañarse desnuda en el río cuantas veces pudiera escaparse de convento y contar a todos los niños que encontrara hasta ser apresada de nuevo y devuelta a la clausura la verdadera historia de aquel que la devoró. 
Colorín colorado, parece mentira que este cuento parezca verdad.





No hay comentarios:

Publicar un comentario