lunes, 17 de febrero de 2014

SOFRITO AVANZADO

Tal vez solo Dios pueda salvar a la humanidad entera como concepto autónomo de los sentidos, no lo sé, pero a un ser humano, en cambio, solo puede salvarle otro.
También puede condenarle.
Estoy sentado a la misma derecha del ser humano.
El precio del Amor al alcance de un secreto.
Como no sé redondear, huyo con las vueltas prado abajo con los brazos abiertos a velocidad tal que se me vuela la ropa.
No me queda un solo objeto que lleve más de unos pocos años a mi lado.
Tal vez la palabra sea en mí lo único antiguo.
A modo de tejado único sobrevivido a la inundación monumental de 1.001 hogares.




INGREDIENTES
-No pasa el tiempo.
-Abundancia de glóbulos barrenderos.
-Generosos espíritus sinceros.



Vamos allá.


Todo vendrá que se lleve algo, es la profecia del hombre largo tiempo solo.
Mientras encuentro el posible campo de aplicación de mi consciencia la permito hilvanar los otros cinco sentidos.

No sé si alguno fuisteis a ver el último fin del mundo, yo, como podéis imaginar, lo metí en casa.
Los anteriores sucedieron al anochecer, pero este ocurrió al amanecer, como el peregrino que emprende el camino antes del alba o el derrumbe con las primeras luces del insomne.
Nada pierdo si le invito a venirse a vivir a casa con la promesa de nunca más pasar hambre, muy al contrario, de primeras cala en mis huesos las diferencias entre nosotros y nuestros tiempos. Me lo explica como si tuviese 6 años y lo entiendo como el olor a madre.
Ya no tropiezo en esa orquesta de pueblo.

Al principio son siempre las risas de los niños y su avance en un maravilloso cuerpo.
Luego los días, como desbandada de ramas desordenadas, hacen frondoso al árbol. 

El hambriento me enseña a cocinar, el esclavo me confía sus secretos de mazmorra, la mujer me apunta la suavidad de la vida.
Nunca he sido sabio en soledad.

A su mínima expresión reducida, la lengua de las sirenas solo puede atraer ya a los rechonchos, el lenguaje cierto y compacto de los marinos de Ulises nadie hoy se lo entendería.

Siempre que hablamos frente al mar, las olas nos ahorran la mitad de las palabras y termino yéndome a la ventana a descorrer los visillos de la tristeza, dejando que la tenue luz de mi cuarto sea una más entre las del camino que pasa por debajo, camino de pechos descubiertos, de corazón discreto, dispuesto a fomentar el Amor nuestro de cada día, unificado bajo mis pies, a los que meto prisa.
Su dicción está cargada de matices, pero solo los que el eco devuelve puedo entender, solo si los oigo dos veces. Acepto su invitación de la mano señalándome la claraboya como hallazgo del día y por ella salgo, dejando escondido mi testamento entre la colada en favor del siguiente preso.
Había que atravesar la luz, no el túnel.

En vista de los buenos resultados obtenidos con el fin del mundo, amplío mis servicios y salgo a buscar por las calles indecisiones maltratadas, valor de piernas quebradizas, sentimientos moribundos, heridas escondidas y  huérfanos puntos cardinales.
No me olvido de mí, no va de eso.
Subirlos a casa es mi pronto pago a sus lecciones, pero nunca obligados, si no quieren enseñarme ya he aprendido algo, cuando nos conocimos nos abrazamos hasta el fondo.



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