jueves, 20 de febrero de 2014

RIGOR CRUDÍVORO

Hay alimentos que ni cocinados con delicadeza tienen más aprovechamiento que crudos, entre estos,  alguno hay que comemos siempre cocinado y deberíamos tomar crudo por dejar de intoxicarnos, claro que no debemos asustarnos sin por un tiempo dejamos de hacer heces compactas.

Por ejemplo, el grupo humano con la secuencia del suicidio siempre a mano debe comerla cruda, pues cocinada de la manera que sea desprende enzimas narcotizadas.

Los que comen la secuencia cocinada llegan al cementerio más pronto que tarde; pero entre los que la comen cruda la cosa se complica un poco, ya que caben como poco dos grupos, el de los que les cuesta reírse de algo más que de sí mismos, de dieta sobria, y los que se lamentan mientras se comen el mundo.

¿Habéis visto alguna vez a ancianos comiendo lo que deberían comer los niños?

Por los dedos de los pies no juzguéis a nadie, mejor considerad en ellos los caminos que ha pateado.



INGREDIENTES
-A caballito de un apagón.
-Los muelles de la realidad.
-La bienvenida incierta al paraiso africano de nuestras pateras.






Vamos allá.



Cruza pausada la noche de parte a parte la ciudad, los edificios que hoy han dado sombra, ahora dan luz.
Sombra y luz de las ciudades, en ellas todos es posible, todo es cemento.
Qué sabia es mi amiga Lidia, doctorada cum laude con un maravilloso poema de laboratorio sobre el cemento y las innovadoras maneras de decirle no al tiempo.
Pese a todo creo que toca volver a nacer un poco más lejos de esta ciudad de satélites menores, como lunas de un sistema solar sin sol.
Toda desdicha tiene resumen en las masas anonimadas en que nadie se reconoce ni conoce; hasta en el espejo de los triunfadores, el peor de los anonimatos, hay un feliz de pacotilla.
Ingenuamente ajeno de los horrores económicos y con menos luces que un tricornio de posguerra, si el amor hay que competirlo, me doy por vencido.

Antes que a contar con los dedos ya había aprendido a no respetar el sano juicio y a correr delante de sus furiosos representantes, así pues, perseguido a todas luces, si levanto dos dedos, quiero decir uno, y es que solo eso cuentan las matemáticas más puras en los agujeros negros que hay en todo corazón. Uno, nada más que uno.

He visto minas de raro aluminio de las que se extrae más sangre que mineral para el uso burgués de las ciudades.
Todos los días oigo obligado, por su engreída impudicia, las conversaciones telefónicas de los transeúntes y aunque es fácil pensar que ni una sola de las bajas palabras que intercambian vale un muerto del coltán, sé que morirían angustiados si les priváramos de sus sucedáneos, como si abandonáramos a un enfermo pulmonar donde más puro es el aire.

Si nos cruzáramos por la calle no me reconocerías, tendría que llorar a cántaros, y aun así, tras el préstamo de pañuelo pulcro y a apearte por mi de tu tiempo embelesado, en un par de meses habrías olvidado todo de mi, salvo, tal vez, el buen apetito de mis ojos.
Pero si nos cruzáramos sobre las olas bamboleantes por la noche, como feriantes de la nueva sangre, nuestras pieles serían adecuadas cartas de amor.
Las lenguas de fuego superior y los figurantes dedos no se los hemos pedido a Dios.
Hay algo trágico y hermoso en nuestros cuerpos separados, y leal y hermoso si los acercamos con asombrosa exactitud de carteros.

Recuerdo la peligrosa redondez de la soledad y provoco mi despido llegando tarde tres días seguidos, ya no me tiene en nómina.

Y agotamos la herencia endémica de nuestros mayores, ni hemos ido a la luna, ni hemos comido roedores en las cuevas, no nos han pegado, ni hemos despreciado.
Vamos a probar a vivir sin comprar zapatos, como en un planeta extraño, y no nos lameremos las heridas al llegar la tarde, estaremos ocupados devolviéndonos caricias.

Longitud y latitud manuscritas en un pentágrama, la música que se desprende es un alma sin condena.
Vamos, fuerza secreta del universo, rellena mis alforjas para la travesía, voy a la noche de las olas a encontrarme con ella.
Sin coltán ni cemento.










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