viernes, 24 de enero de 2014

CHOCOLATE DEL MONO

Hace tiempo me explicaron la ley del Kharma como el movimiento de las mareas que si sube en un lugar, a la fuerza baja en otro. No es necesaria fe en cosmogonía oriental alguna, puede leerse como mito. No se trata tanto de una salvación in extremis al alcance de cualquier malvado como de no dejar pasar la ocasión de trabajar bien al menos una vez en la vida.
Nadie se preguntará quien es el compañero de al lado.
La energía en el universo es finita y contable, no dejes pasar la oportunidad de fugarte si eres preso.
Estoy convencido de que los medios justifican el fin, que unos medios difíciles, dilemáticos y éticamente dudosos legitiman un fin aun desconocido.


INGREDIENTES
- Hacer creer al presente que le perteneces.
- No malgastar ni una sola idea.
- Distinguir entre locos y sabios.



Vamos allá.


Escapé de casa según recoge mi ficha policial, pero a decir de mi corazón, me escapé de prisión.
Mis padres ya no podían hacerlo ni ayudarme, pues habían enloquecido con el sustento cubierto.
Cuando era pequeño todavía recordaban como era su vida antes de caer en manos de los sagaces salvajes que nos arrojaban las cosas que creían que nos gustaban. Malditos cacahuetes, si hubiesen tirado una soga de alguna de las más de una manera posibles hubiera escapado. Siempre me han gustado las sogas.

Soñaba con la vida que me contaban, peleaba y procreaba en sueños porque me lo pedían los músculos. Qué libertad me embargaba siguiendo las obligaciones de la ley natural. Participaba en batallas campales y aun me quedaba tiempo para entretenerme de árbol en árbol con algún fruto misterioso de difícil apertura.


Nací en cautiverio para alborozo de cuidadores, periodistas y los perversos polimorfos que venían a verme, luego los golpes ya no me doblegan, pero ¡ay! con los golpes que propinan a mis hermanas y hermanos.

Durante años practiqué en secreto el andar erguido para cuando llegase el momento y el momento llegó.
No me movía el afán de venganza, pero no dudaría en enviar a algunos que otros adonde se pide el perdón básico a no ser que se apartasen de mi camino para siempre.

De un manotazo puedo tirar a 5 hombres al suelo, era difícil que me cruzase nunca con una de mi especie ahí fuera y mi pensamiento no estaba castrado ni tenía deudas.

Hacía unos meses que un carcelero dejó olvidada en su cerradura la llave de la puerta trasera de las celdas de castigo mientras limpiaba con la negligencia habitual. Algo me empujó a cogerla y guardármela.

Durante unos días mis compañeros y mayores sospecharon que estaba bebiendo alcohol a escondidas por lo taciturno y esquivo de mi comportamiento. Al fin propuse a todos mis colegas una acción conjunta que terminase con nuestros huesos en las celdas de aislamiento donde les contaría un secreto, no solo ninguno mostró algún vago interés, se burlaron y me apartaron de sus juegos con violencia a veces.

Una vez hecho lo más difícil, aceptar que estaba solo en la empresa, pergeñé un plan. Tenía que atacar a un ser humano, mejor si era cría, de los que nos observan y citan con sus risas, gritos y golosinas. Si alcanzase a rozar siquiera a uno de ellos todos entrarían en pánico y los guardianes me encerrarían. Entrené duro y lo hice, escogí a una niña pelirroja y con todas las fuerzas llevada a mis piernas salté dos metros más que nadie antes, anduve tan sobrado que llegué hasta su frente. Preguntadle a ella, seguro que nunca ha olvidado mi beso.

Solo cometí un error, pensé que mi plan no era perfecto y perdí un tiempo precioso antes de ponerlo en marcha, así que, pudiendo haber escapado en diciembre, escapé en febrero; imaginad los diferente de vuestra vida de haber nacido dos meses antes o depués, o lo que cambiaría si durmieseis dos largos meses de seguido.

Desayuné como una nutria aquel domingo y comí como un león, pero a la cena, ya en la celda aislada, aunque me dieron rancho no probé bocado.
En aquella cárcel no había rondas ni vigilancia nocturnas más allá de las propias del parque que nos circundaba, así que podría afeitarme con delicadeza rostro, cuello y manos.

Ya no soportaba más las llagas que la llave me producía en el ano. La introduje en el ojo de la cerradura y a cada uno de sus cuatro giros más me excité, aunque el primero ya fuese insuperable; la bisagra sonó como truenos en el silencio de una noche aldeana.

Una vez en la sala de guardias, lo primero era masturbarme para bajar el ritmo cardiaco y después de afeitarme, conseguir ropa.
A esas horas previas al alba sabía que empezaban los trajines humanos, llevaba escuchando la tira de años sus toses, risas y canturreos. No tardé en encontrar la caseta en que se cambiaban pese al tumulto y desasosiego de verme fuera.
Ya clareaba cuando por la Puerta de América de aquel parque salió un hombre nuevo. Tan libre que él mismo cobraría la recompensa por su cabeza.
Para mi desgracia esa puerta da a un barrio con una legendaria por numerosa población de imbéciles animales domésticos que ladraban como locos a mi paso.
De un puntapié derrengué a uno de ellos ante la atónita mirada de su dueña y callaron todos; me centré en buscar un buen escondite entre las azoteas desde el que estudiar con fruición y tranquilidad los usos de los humanos, sus símbolos y jerarquías, pues sus lenguajes oral y corporal ya me los tenía bien sabidos.
Era difícil aventurar si había riego de agresión al tratar con ellos, pues enmascaraban su olor con una capa de fétidos mejunjes, pero aun así eran bastante previsibles; si no hubiera estado preso de ellos y sometido a su escarnio, pensaría que viven en paz consigo mismos.

Recuerdo que desde mi  celda escuchaba los interminables ruidos nocturnos como suaves olas invitando al baño, mas sumido en su mundo los escuché como mares que se retiran dejando a la vista continentes de tristeza.

Han pasado varios años, he ganado dinero a espuertas dando talleres de autoestima. Por fin estuve en situación de financiar la construcción de un zoológico en la Casa de Campo y cederlo gratuitamente al ayuntamiento, así como su mantenimiento durante 30 años.
La intención tras ese mal negocio no era otra que liberar a mis padres aprovechando la confusión del traslado y a quien quisiera acompañarlos.

Llegado el momento me parecieron unas bestias inmundas y aborté el plan aunque mantuve los sobornos.

Más que sin raíces, mi raigambre es de mala hierba.






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