martes, 19 de noviembre de 2013

PASTA AL DANTE


En el descenso al infierno se ven cosas que solo se ven en la tierra.

A diferencia de la injusticia que reina entre nosotros, allí cada cual se reconoce a sí mismo potentado de la marca de la casa, permaneciendo egocentrado por los siglos de los siglos.

Los que allí son hombres del diablo, aquí lo son para el diablo.

No voy a hablar de lo que está mal en el mundo, eso ya lo hacen muchos a menudo y bien, antes hablaré de lo que va sobre ruedas.


INGREDIENTES

- Si un extremo también el otro.
- Temeridad tomando apuntes.
- Arrullos.



Vamos allá.

Estoy con Job en que lo mejor, aventajando en mucho al nacer y al morir, es no haber nacido, mas como toda obra se distingue de cualquier otra por una sucesión de matices, nacer como quien se tira de un tren en marcha en el que viajaba con billete de primera clase es una de las cosas que siempre van bien.
También morir como quien consigue encaramarse al tren que ya partía sin nosotros.


¿Que haría un mono inquieto y saltarín de nuestra envergadura en una biblioteca en un día de una lluvia?
Desde que aprendió a manchar hojas con un lápiz no puede dejar de hacerlo,de manera que no le incomoda en absoluto lo que la lluvia pueda hacerle sino lo que le hace al papel y la tinta.

Mi manera de callar a un hombre es hablar por otro.
Hasta mi nombre me recuerda la suerte que correré si permito que el pequeño hombre se adelante.
Ángel me llamo y esa es la meta más alta a la que puede aspirar un espíritu, una perfección tan cercana a la divina que tarde o temprano se preguntará si tiene algo más para ofrecer que Dios.

-"El dios del mundo es el dinero"- en palabras de Pablo de Tarso, un dios que opera a través de los hombres que le profesan fe, cuyos actos son registros de la ley a cumplir: el interés, el abuso, la esquilma y el menoscabo, el atropello, los dos tamices, la furia en la carrera por poseer más dios...
Que el mono saltarín de nuestra envergadura en una biblioteca en un día de una lluvia esté expuesto a la lujuria de las tentaciones es una de las cosa que no podría ir mejor.

Estar con los tuyos siempre es bueno dicen, pero ¿quienes son los que no son los tuyos?
¿Los que no son de tu sangre?, ¿cuantas sangres hay?; ¿los de otro sexo?, ¿en verdad se ha olvidado la danza inmortal de la vida?; ¿Los de otro pueblo, comarca o nación?, ¿y tu dices que amas?; ¿los de otra ideología?, ¿no eran las ideas las sombras que veían los casi ciegos en la caverna?; ¿los de otra fe?, ¿digo algo o mejor me callo?.

Estar siempre al borde de estas menudencias en grados variables de sutileza o bastardía, como las ganas de beber le recuerdan al alcohólico que las tiene precisamente porque no bebe, es otra de las cosas que funciona a las 1.001 maravillas.


Que la hondura de la falla de los tres dolores nos eche para atrás, como si las aguas todas del mundo, el corazón y el espíritu estuvieran envenenadas, nos convierte en quebrados cervatillos  acorralados prestos como nervios sin funda a despavorir en cualquier dirección, ya nos acorrale un fiero extintor de leones o una alma cándida de la WWF.
Del mundo su dolor nos separa o hermana, el dolor de corazón sofoca o esparce el incendio de la soledad, y el dolor de Dios, el más extraño de todos, nos aleja por su olvido y nos recupera por el olvido de nos.
¿Cómo encontrar la casa de un desmemoriado indocumentado?

Son estos tres riesgos, no mal llamados dolor, abundante chocolate que darle al mono, cosa que nunca ha ido mal en vista de que son susceptibles de respuesta y solución.


Rebelarse ante la iniquidad requiere, como sabemos desde antiguo, la rebelión propia previa, querellarnos de nos, de cualquier otra manera, ahí está la historia, es un mero revolucionarse, no más que un motor de explosión cuya única función es llevar de acá para allá a los mismos que se montaron o una lavadora que solo cambia un atributo a las prendas lavadas que antes llamábamos sucias y ahora decimos limpias.
A la  pregunta de por qué no nos revolucionamos, ¿acaso no estaremos subiendo el tono espiritual aspirando a la rebelión?
Este amén entre quietud y agitación siempre está de nuestro lado, y eso está bien.

Y aun hay infinidad de cosas que están mejor que bien en el mundo, la lírica, sin ir más lejos, a la vista de los innumerables subterfugios poéticos y ditirambos con que disfrazamos la intención de guerra, por nombrar una; o la risa, que montada en un niño es pura sinceridad que tira por los suelos la sonrisa de los adultos que lo mismo invita a entrar en una fiesta que en una mazmorra, también va fetén; la aspiración mística también va como la seda, el deseo de acceder a la verdad redonda y viva en la que refrescar el pusilánime do ut des (esto por aquello) en que nos revolcamos corre entre nosotros como joven y lozana liebre.

De entre todas las cosas que no podrían ir mejor tomo una más y voy terminando con suavidad la receta: la juventud.

Cuando era niño había personas mayores. Envejecían como las iglesias, ganando en misterio según les caen siglos, rodeadas de sus descendientes. Mi abuela fue útil durante toda su vida para mí, primero trabajando y luego mostrándome lo que ningún otro adulto era capaz, ella me dijo que Jesucristo era anarquista y que no lo contase por ahí, que era nuestro secreto; me dio tanto amor y cosas tan bonitas me decía que no puedo recordarla sino con el pecho reventón y otras delicias rondándome el corazón.
Ahora nadie quiere ser mayor, sino foreveryoung limítrofes entre la necedad y el miedo al confinamiento.
Y esto es algo que marcha viento en popa, pues sumidos en el consiguiente guirigay somos lo más parecido a estar muertos que es lo más parecido a no haber nacido.

Ya dije que convenía con Job.





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