sábado, 29 de marzo de 2014

DESFERMENTACIÓN DE UN HOMBRE

Nada ni nadie quiso que caminara sin madre y llegara tarde al tributo a la Diosa de los Amores.
¿Qué es esto que llega hoy?
Un hombre.
¿Qué es un hombre?
 En general, una esponja de amor; en particular, con mucha imaginación, el triunfo en la revuelta del abandono levantisco.

Una aspiración superior necesité, como el don de la palabra porta consigo desde el principio el lujo exacto del canto y la carne se acompaña de la danza; o como la conciencia de nuestra muerte hace del reloj el objeto más fabricado en el cielo como en la tierra.

En los antiguos reinos persas anteriores al imperio, los reyes eran enterrados con las tablas de las leyes dictadas en vida y se decretaba un luto riguroso que duraba un ciclo lunar, de esta manera no era delito transgredir un día lo que el anterior estaba prohibido.
Las leyes sin autoría, tan antiguas que no estaban escritas, como la de no matar semejantes, se mantenían vigentes.
Este tiempo era el plazo que tenía el nuevo monarca para redactar su código de leyes y, si, como solía suceder, los herederos en disputa ya lo tenían adelantado, no se aplicaba hasta transcurrido el luto; permitiendo una tregua de inconmensurable valor a los súbditos en la que podían manifestar en voz alta su disgusto sin temor a represalias.
Al contrario de lo que podría pensarse, esta libertad de expresión de lo que estaba mal y podía mejorar no germinaba nunca una revolución, antes bien, transcurrido el duelo, todos callaban y convenían hasta la siguiente muerte real.
Podía ocurrir que en lugares apartados de todo camino no tuvieran noticia de la muerte del rey hasta que llegaba un juez a condenar a los que hacían cosas que ayer estaban bien vistas, rezaban a dioses abolidos o pagaban en monedas de oro fuera de curso. Estos si que se alzaban en armas cada dos por tres.

Cada siglo que pasa, más abstrusas las concepciones que nos vamos haciendo del hombre y de su espíritu; hace muchos años descubrí que los laberintos de cristal se atraviesan mirando el suelo.

¿Se debe dar la bienvenida al corredor de la muerte al acusado que se abstuvo de defensa?

No me imagino a Polifemo vendiendo entradas para su próximo concierto, ni a Nietzsche haciendo cola en Doña Manolita, ni a Sócrates anunciando sus talleres de autonomía emocional, ni, ya puestos, tampoco a Cristo contratando el mejor bufete.



INGREDIENTES
- Estar más guapo callado.
- El abismo que se abre entre ver las cosas desde lejos y desde cerca.
-



Vamos allá.


El mundo, espiritualmente hablando, es un lugar realmente peligroso.

Todo nos dice desde que nacemos que la carne está del otro lado del espíritu, que no se pueden juntar o que en verdad no existe el último; que lo que se toca, ve, oye,  huele o mide no participa de lo que nada de esto cumple, pues solo es una cuestión de tiempo el desarrollo del artilugio de aumento con el que alcanzaremos a ver lo que ahora no vemos, negando paulatinamente a cada época su imaginario sin solución de continuidad en el tiempo.

Ya he oído que el amor es una secreción electroquímica a punto de ser localizada y no un estado elevado del alma, y que a no mucho podrán inducirnos abscesos de amor temporales.

También he oído que si las crónicas de milagros contemporáneos de toda índole fuesen impresas no sobreviviría un solo bosque a las necesidades de papel, convertido dios en una especie de chapuzas que va apañando su negligencia con fervorosos parches.

Por otro lado, por si eramos pocos parió la abuela, abiertas la puertas de la energía, cualquier espabilado canaliza una, resultando que las astrologías, los milagrismos, la adivinación y el curanderismo no han conocido mejor siglo.

Un lugar realmente peligroso, como ya dije.

Cada paso adelante es un paso atrás reciclado.
Es evidente que en ciertas dimensiones, sobresalientes a la hora de esperar su oportunidad, la herencia lo es todo, imponiéndose sobre el divino juicio con autoridad y suficiencia. Pero, según suavizamos por la atención su credibilidad, mengua su poder como una fotografía antigua de nosotros mismos con la que compartimos solamente la ignorancia mutua que nos tenemos, pareciéndome que de la imagen solo conozco su nombre de ayer.

De mi piel puedo aislar el síndrome de Rilke, que otros llaman de Stendhal, como si nacer fuera entrar por la puerta grande al Prado y morir tiritando de sala en sala.
Hay tanta belleza en lo que no es bello, en un enfermo, un anciano o un cadáver, como en una flor que se cae o en el cuento de la manzana de Newton.


A veces me parece que el mundo se retira como un mar en horas bajas, como una Rosa en la bruma, pero es ilusión, como la expiración del deseo que todo lo puede, se va, pero volverá a tomar aire apropiandose de paso de mi fortaleza.


Pero un día me hago viejo de repente y la pasión que me embarga es más poderosa que las que arrastran a los jóvenes, la más verdadera de cuantas me he cruzado, una pasión que se complace en crear sustitutos signos de interrogación para las cosas ciertas y novenas sinfonías tan alegres como el recuerdo infantil de correr atravesando la cocina hasta el regazo vientre de la amantísima madre, o como si volviese a la tierra tras un largo y solitario viaje espacial a ninguna parte.
Una mañana cualquiera me levanto un paso más allá del 4º movimiento y dejo al sol que me salude a manos llenas.
Como si de una materia de densidad inalcanzable estuviera conformado, la gracia no puede abandonarme, así como la luz es incapaz del último empujoncito que la salve del agujero negro.

Así que ya sabemos que no hay donde ir, como si de repente alguien pudiera decir: Hágase la luz.

Pero no salgo de la oscuridad amenazado de muerte, sino como el niño que ya no cabe en la cuna.





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