sábado, 5 de abril de 2014

SITIOS PARA CENAR CON ENCANTO VI, ORLADO DE ROSA

Una sola Rosa se basta para llenar de rosas el extravagante cenáculo en que un inútil servidor espera, servilleta en ristre, a la fuente honoris causa de toda expiración.
Se falta al respeto quien llega tarde, mas quien no llega a donde alguien espera unilateralmente, sin esperar nada a cambio, es digno de mi soledad.

Voy y vengo una primavera más sin saber donde, como buscando un rastro entre mis huellas que me lleve a donde se forjan las almas con goteras.


INGREDIENTES
-Un encuentro casual.
-Un recuerdo causal.
-El sonido de una desnudez en habitación contigua.


Vamos allá.

Ahí tenemos la luz corrida al rojo a su temperatura ideal, con los párpados afinados dice de donde viene, de qué estrella es embajada y cuanto frío solitario se pasa en las estepas siderales.
Le pregunto en un abrir y cerrar de ojos si su destino soy yo o este cenáculo florido, o este planeta, o esta galaxia al menos y se sonríe en mis brazos.

Da lo mismo que me proteja del silencio, aunque quisiera no lo podría penetrar, me resulta indescifrable como el sonido del campanario sacudido por un terremoto.
Ahí lo tenemos, el ruido callado, como una bailarina que aguantando la respiración marchare de gira por todos los escenarios abisales de mi ignorancia, mater dolorossa fertilisima.

Ahí tenemos el olor invitando a la fuerza a un sorbito a todos mis corazones, olor a tahona vieja que evoca en mis oídos salvajes palabras reventonas de amor. Solo este entre los miles me abre de par en par la hambre, solo este olor entre todos al galope alcanza a mis caballos de los desiertos.
Detrás de un solo olor el sabueso abandonaría el Jardín de las 1.000 Fragancias Francesas y hasta se haría espíritu santo.

La piel, ahí está la piel, el beso inguinal hecho trémulo suspiro, la mejilla que se roza con un dedo que ha rozado unos labios que han rozado la humedad primal; como cuando en un espejo escribes con el dedo un te quiero que solo puede leerse si el vapor empaña el cristal y el perfecto arco pélvico se irisa en deseo.
Tacto, contacto, que vuelve a sus oscuras maravillas.

Y el sabor a hierba alucinógena de su lengua, ahí lo tenemos; una brizna en mi lengua es una droga sentimental, un orgasmo vegetal y una regadera de saliva derramada en un segundo, una deshidratación sexual.

Ahí está también el intelecto, se acaba de elevar como el globo de gas que se le escapa al niño del que se despide a lágrima viva.

Ya estamos todos, puede empezar el ayuno.

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