jueves, 20 de marzo de 2014

CUIDANDO CON DIGNIDAD DEL SIGLO PASADO

Como brillantes fractales veo a los hombres.
Todos únicos a su entender, pero iguales en tanto que sin uno de ellos la figura de difícil geometría queda incompleta, como una Venus esculpida y mutilada o una Odisea poco a poco usada para encender fuegos de primera necesidad.

A mi también me han señalado con un dedo en el pecho y al dirigir la vista al punto señalado, con ese mismo dedo me han dado bajo la nariz; más allá de aprender a burlar el engaño manteniendo la vista indiferente al reclamo, he colegido que la realidad de uno apenas tiene reflejo en la conciencia de otro.

Aquí están esperando para ser cuidadas las noches en blanco de otra manera, me acerco a la niñez de un anciano herido por las guerras africanas de sus mayores, que jugó en el patio de una civil mientras masticaba a dos carrillos el año del hambre.

Bienvenidos a los cuidados del siglo pasado, ya veremos si deducimos o inducimos algo más general, por lo pronto, si no es aquí, donde, si no es ahora, cuando, si no soy yo, quien.


INGREDIENTES
- La hiperrealidad del pasado.
- La inmovilidad del presente.
- El culo inquieto del futuro.


Vamos allá.


Buenos días Jonás, ¿descansaste?

Dormir, tal vez soñar, es un sueño más.
Los ruidos todos, que a lo mejor son del apocalipsis, de la ciudad despertando al frenesí acostumbrado cambian a ratos de bando, tan pronto tocan para el anciano un triste vivace como me dirigen un sostenuto vaticinio de vejez.

Es el cuarto día de la primavera de los almendros, lejos aun de la conjunción astronómica del universo del que nos alejamos a velocidad vertiginosa, habida cuenta de que vemos alejarse de nosotros todos los cuerpos celestes.
El amor cambia el paisaje con más vocación que la luz, por amor pueden desobedecerse las leyes naturales conocidas, si Dios es todopoderoso puede no perdonar, digo yo.
Por amor tuve hijas tanto como pude no tenerlas

¿Qué quieres desayunar, Jonás?

Los hijos tienen suerte si tienen cosas que hacer en vez de ver en el padre la suerte del universo entero, big bang, expansión y compresión. Nadie es profeta en su tierra y nuestra tierra es toda la tierra, nuestros hijos también son la tierra, y nuestros padres.
Es más fácil ver muertos que ver morir.
Con los años se acrece nuestro particular index, algunos lo contenemos mientras somos fuertes  pero a no ser que, olvidando lo pasado innecesario, nos hagamos amantes, puros de corazón y pobres de espíritu, sustituiremos lo olvidado con lo prohibido en nuestra senectud.

Hablar cara a cara con el dolor es como torturar a un torturador, es la senda de la ascesis.

Uno quisiera conocer la palabra que lo liberase, pero no puede, solo el espíritu, el mismo para todos, dice cuando, donde y en quien entrará en estado de desprendimiento, compasión y humildad.
Eso es un hecho aunque no sepamos como funciona, del que tampoco hay mucho más que hablar, se realiza en uno o no.
Uno se alegra de ser útil.

Seguro que se sabe algún poema o canción de memoria, Jonás.

Padre nuestro, si mi delito es el amor,
¿para qué me has encendido (bis)
de este modo el corazón?

Me llaman del banco ofreciéndome un seguro de decesos, la bien enseñada vendedora evita pronunciar la palabra muerte; aunque todos sabemos que la palabra no es la cosa, no pudiendo alcanzar la realidad por un pelo, nos agarramos a ellas. Que ya engroso la lista de los que están en flor para la muerte vino a decir.
Hay tanta serenidad en esta contemplación, no en mi manera de mirar, sino en su manera de dejarse ver, que me desmigo sin querer.
Hay tanta serenidad en el sinsentido de la bondad...

Tras la muerte a  mis tres o cuatro años de mi madre, dejé de hacer algunas cosas que me enseñó con amor, deje de no mearme en la cama y estuve un buen tiempo callado, mohíno que decía mi abuela, juntando en mis adentros palabras que explotaban como cuando en el laboratorio chocas un ácido con una base. Privado de madre no tenía por qué respetar nada, ni las palabras, y por eso dejé de pronunciarlas hasta que experimentados los métodos para cambiarme de zurdo a diestro temí que me los aplicasen para devolverme el habla.

La efervescente también la tiene que tomar, Jonás.

Dije en alto que soñé a otra dimensión el salto, a una vida completa en universo paralelo, pero dije mal, no era sueño, sino la sola, perduta y abbandonata realidad, ni era paralelo sino contiguo.

Desensibilizarse de los malos hombres, sobreexponerse  al estímulo para crear una nueva impronta en el alma. Que golpes, desprecios y abandonos solo sean en adelante una distracción más en el camino y no un barrote, un pajarillo y no un bisonte.

Si para algo se desarman y vuelven a armar relojes estropeados es para arreglarlos y ponerlos en la hora buena sin retraso ni anticipo y no para pararlos en la hora de la muerte ni en la del día más feliz que recordemos.



Solo por nacer ya somos del fractal prototraumático.
Algunos más dotados que yo yacerán al final tristes por no haber llegado a entender el universo, por no haberse adentrado en el secreto puro hasta que no se les hubiera podido sacar y en su cálida orilla haberse bañado desnudos como hormigas.
Ese yacer triste de quien al menos sabe lo que se perdió.
La experiencia se impone como la llaga por encima de los sabores al masticar. Yo yaceré alegre, me tumbaré a dormir para siempre como el siglo de más guerras creyendo que sé lo que no sé, diciendo que puedo enseñar a modo de consuelo, pero callado a la hora de la verdad.
En el fondo sé que la mirada redonda y abierta de un joven me da mil vueltas, él vuelve a empezar y yo otra vez terminando.

Vaya aseándose mientras yo hago la cama, Jonás.

Amén es una palabra de despilfarro, un tirar la casa por la ventana de una vez.

Por una parte me gustaría ser quien firmase la última sentencia de muerte del mundo, así sea, a quien mirasen con desprecio todos los muertos antes de tiempo y sus familiares y los hombres de buena voluntad, pero por otra parte quiero alejarme del sueño de los hombres, solo soy un niño que de dormir tiene miedo, pero no sé estar despierto.

Mis piernas ya no pernean como cuando a un niño le quitan el pañal ni mis manos hacen cruces antes de empezar a caminar.
De mis ojos ya no espero nada y a mis luz y oscuridad me encomiendo.
Habiendo comido de todo un poco, me iré sin probar el alimento que me vio nacer, Dios.

Como secuela de haber visto mayear los prados este novedoso síndrome del náufrago, almaceno y almaceno alimentos para que nadie nunca más vuelva a pasar hambre.

Mis cenizas extenderían gozosas sus alas si hubiese un mar que cruzar.

La mejor terapia para quien más cuidados necesita es cuidar de alguien menos necesitado, cuidando del siglo pasado eyaculo en el alud de mis futuros días, sin olvidar que solo un viejo puede ver la luz de la muerte en los ojos de otro y yo la veo. Quien no cuidaría a quien se va a morir.
No me asombra la naturalidad con la que un siglo mortuorio da paso a otro apocalíptico: nada nuevo bajo el sol, cada generación crea su tanatología erótica, pero esta vez hemos ido demasiado lejos, la manera pensativa de ser hombre hemos desterrado después de conocida.
Se mató con mucho esfuerzo a un dios que tenía que morir en el corazón de los hombres para su salvación, pero ha vuelto, los trabajos de amor de su entierro podemos dar por perdidos; vuelve el intervencionista dios que juega a los dados y además hace trampas a amasar fortuna de creyentes.

Me lié, Jonás, me lié, vine a cuidarle y terminé cocinando por los arrabales de un siglo inigualable.

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