-Miren que es peor la recaída que la caída.- Teresa de Cepeda y Ahumada. Las moradas.
Hay quien defiende que normalmente avanzamos en la vida con la mirada puesta en esto o en aquello, siempre preocupados por algo dentro o fuera de nosotros y que estas ocupaciones impiden que la conciencia se haga más profunda, bloquean el camino. La imagen es sencilla, la conciencia como un cauce bloqueado, ¿qué valles no alcanzaría si pudiera correr?, ¿Qué delirios no regaría?, ¿qué ramas no doraría?, pero hay que creer. Nada nos dice que la conciencia no esté desde hace tiempo al límite, que sea desde aquí desde donde tenemos que dar el salto, con todas nuestras distracciónes y las pocas pero fuertes perfecciones.
Si tal como nos dijeron, quien te quiere te hará llorar, tengo por seguro que muchos no hemos conocido mejor amante que nosotros mismos. A veces se llora de pura tristeza, que es llorar, digan lo que digan, en esencia, pareciendo que estamos en el mundo de forma desfavorable, como un guiso al que algo le sobra o le falta, o ambas a la vez, puesto en el plato. Es llanto que disipa la soberbia de un metal al rojo vivo.
Moralmente, casi tan malo es sentirse culpable sin haber
hecho nada concreto como sentirse libre de toda culpa cuando se es
realmente culpable de algo.
Este inútil servidor no es teólogo ni ingeniero, ni místico ni teórico, y a la poesía
ni a la suela llega; ve el mundo a fogonazos porque lo ve desde los
fogones, y así va y lo cuenta.
Imploro por saber un día porque he estado vivo.
Vamos allá.
Cuando se puede ser niño no se crece con las manos destrozadas de no jugar.
Todos los días resucita una necesidad, la de ser niño como niño.
Sé que hablo de cosa que no sé.
No conozco la Verdad, que mi espíritu jamás la penetrará, de eso estoy
seguro; la Belleza me dio miedo, como el de la madre que ve al hijo
acercarse a un pozo abierto al que, caído una vez, caído para siempre. Y al Bien, como a la mariposa que acompaña mi insomnio sujeta a la pared
como una pequeña Ulises al mástil, no sabría qué decirle.
Al dolor de mundo, en cambio,
bien he tratado, he mirado por más heridas que ventanas y he visto
más dolor que paisaje, mi pecado es haber callado para adentro y para
afuera cuando he visto el mal desde lado soleado, y en
ocasiones haberle colaborado.
Allí donde está nuestro tesoro, está
nuestro corazón, lo he leído 1.000 veces desde niño y también me suenan
las palabras de Pablo: "El dios de este mundo es el dinero".
Muchos
niños lloran porque tienen hambre mientras trabajan. Y más llorarían si
supieran lo que es jugar, si es que se puede llorar más, pues no se olvidan de jugar, sino que dejan de saber qué es.
Pido piedad por mi torpeza cuando hablo de cosas sencillas y tan importantes,
considerad no más que a veces desespero de la experiencia de Dios que en
otros veo y me pongo a mover piedras un tanto despechado.
Siempre se
puede ser bueno, ya por espíritu, hábito o superstición y hasta por
recompensa curricular. Me importa lo segundo y me importa lo primero,
ser bueno y por qué.
La pobreza, ahora me doy cuenta, es el único
estado místico con los pies en la tierra, se la reconoce en
cuerpo y espíritu por un alto, admirativo y confiado ¡qué va a ser de
mi!, en vez del miedoso, egótico y quebradizo ¿qué va a ser de mi?.
No
se han de llevar cuentas del mal, pero nos organizamos en el mundo en
torno a la deuda, la querella, la ofensa y la ganancia. No ha fracasado
el orden del amor, pues solo fracasa lo que se ha realizado y de eso
pueden dar cuenta los hombres y mujeres buenos que una vez realizado en
ellos el amor, ya nunca vuelven al orden del mal y su banalidad,
pero se quedan a vivir entre nosotros, como si la gravedad y la Gracia
entrasen en escena de la misma manera, no dejándoles elevarse tras su
elevado corazón, de manera que todo el amor que era para los cielos
revierte en la tierra.
Que podamos pensar cosas que no se pueden perdonar tiene como consecuencia lógica que podemos perdonarlas.
Será
verdad, no lo pongo en duda, que no se nos pide que amemos a nuestros
enemigos, pero de 100 maneras distintas he creído que se me dijo, y creo que el amor me pide de siempre que le deje amar a mis enemigos.
A
veces, para ver las cosas enteras tenemos que alejarnos un poco, otras,
cegados por los reflejos, tenemos que guiñar los ojos y otras aun
tenemos que quitarles la arena. Lo hacemos sin pensar, está
en nosotros; desde la razón no desde el
pensamiento, desde la Alegría no desde la sonrisa, desde el socorro
inmediato no desde la meritocracia.
Haya que hacer lo que haya que
hacer quiero mi tesoro en buen lugar, en el único buen lugar sin
cambios climáticos, lo quiero en el Amor, y no distraerme nunca más, como los
cuervos, tras cosas que brillan que llevarme al nido, eso es lo que me
pido.
El tesoro no es la sentencia, sino la Justicia.
No es la ganancia, sino la vida.
El tesoro no es la cometa sino el niño que la vuela y el que no la podrá volar.
No
es escribir oraciones como esta, sino la esperanza de que, surcando el
áspero mar en una botella, sea encontrada y leída, y la certeza de que
así es.
Ni es echar de menos a los padres de niños, sino hoy.
Hoy
que mirándome al espejo descubro los rasgos de mi padre y solo alguna
que otra arruga y gesto de Dios, la comisura de la Alegría tal vez o
el refrescante parpadeo de la Confianza, por decir dos.
De alguna
forma ningún niño de este mundo no es niño mío, como ningún enfermo,
anciano o cadáver puede dejar de serlo y, aunque me cuesta un poco más, es mío el malvado,
el violento, el poderoso o el avaro.
Pues a mi entender, Yo Soy nos incluye a todos.
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