lunes, 28 de abril de 2014

VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA FAMÉLICA



Tal vez pueda reconocerse en un cuadro o en un poema a la mujer que yo veo.
Pero reconocerla no es conocerla.
La puerta que me separa de la realidad está cerrada conmigo dentro y ella fuera.
Es un día claro de infrecuente longitud de nostalgia; la imprecisión se adueña de mis pasos como la primavera de las venas enamoradas, en brazos del mundanal ruido de mi cabeza, alejado de las carantoñas del universo, no quiero nada de ningún lugar, luego me resisto a cualquier destino; el olfato de tierra en tierra húmeda me arrastra hasta toparme con la exposición de Picasso que enseguida cuento seguido de lo que allí me pasó, y, os recuerdo, no tengo alas para volar, ni sabré nunca si llegaré al próximo café.
He buscado verdad, sentido, azar, oportunidad, necesidad y no sé cuantas más cosas a la vida, pero solo he hallado tiempo, el creador de todo fenómeno, el absoluto e inaprensible ahora, el Dios siempre en presente.
Aunque no elegí mente, cuerpo ni espíritu, dispongo, como todos, de un pequeño margen para usarlos con humana santidad, bien alejado de la satisfacción de mi.


Vamos allá.


El mejor escorzo es el rincón delicado de Jacqueline.
Si pusiéramos a un camaleón longitudinalmente entre la selva y el desierto y le tapáramos un ojo, enverdecería y si le tapáramos el otro, tendería al dorado, mas si le dejáramos ambos ojos libres tomaría el aspecto de la profundidad sin medida, como ojos que vuelven de un entierro cercano.
Como la esfinge de las tres respuestas a la que debes formular las preguntas correctas si quieres acceder a la ciudad más antigua y dulce de occidente que custodia, cuyas tres respuestas son amor, ignorancia y dolor, en ese orden.



 Un silencio en expansión compone con una calavera, si en la locura que me espera hubiera un orden, ya sabría por este cuadro la que me espera.
Es una noche de luna arbolada, muy propicia para el beso místico.
Vivimos tan apegados a los ojos que hacemos de la noche un lugar para escondernos y de las cuencas puertas de entrada.
Hasta que todo duerma velaremos; caliente y vivo, de la tetera nos servimos insomnio.
La noche oscura del alma se retrasa una vez más.



Le basta coger una paleta para que se le salgan los ojos, la paleta es humilde, en ella cocinan sus ojos, grandemente herbivoros y tan negros como un embargo de alma.
No se prepara para pintar, no lleva pinceles en la mano ociosa, como todas las mañanas de su vida se conjura para ver, así que le quito esos ojos y me los pongo.




Unos pasos más allá un hombre en un sillón nos dice su nombre, pero su voz es lejana como la de un triángulo y se nos haría tarde descifrando su lengua, digamos que se llama como todos a veces, esas veces que apuntamos al cielo.
Esas mismas veces que nos adelantamos un paso en direccíon al bien, la belleza y la verdad.






Ni a una legua se acerca el mórbido placer del fauno al que siento yo contemplando, he sido fauno y observador, no hablo en vano. La carne enteramente dormida de la mujer tiene más vida que mi órgano de la razón, y más frío, entonces y ahora.






Por suerte, la mujer sobre el sofá nos invita a descansar un rato si encontramos un hueco, de su cuerpo interminable no podemos evitar la piel que nos envenena con el don de las lenguas.

-Si hablas mi cuerpo los hablarás todos- susurra.

 Mirando sus pechos encenderse como mañanas gemelas pinto flores que hablan sinceramente de mi corazón a la noche.




Más tarde, a la luz que rompe la vela que más desenmascaría si la dejasen, dos cosas se hacen las muertas, el minotauro y la paleta.
¿Quien se entretendría en matar cosas que no mueren?, ¿quien tendría tanto tiempo, tanta vida?
No se lee pero está escrito, a tan basta y ensordecedora respuesta he atraído con mis preguntas que tuve que escapar de la vida que no quería; ese ha sido mi trabajo de hormiguita.
Soy lo último que vio el minotauro, soy el primer trabajo del pincel, soy la luz a este lado de Dios.


Mientras tomo estos apuntes, poniendo cara de listo ante los cuadros, voy tomando buena nota de las dimensiones de las salas, las entradas y salidas, cuantos empleados en vigilancia hay por cada empleado de seguridad, si van armados, comunicados y atentos, sexo, raza, edad, peso y estatura, estado civil, aseos, sistemas anti-incendios y todo cuanto detalle pueda observar, como si tuviera que contárselo a un ciego.
Mi plan era hermoso, solo tendría que correr un par de centímetros todos los cuadros en dirección al que yo quería, de manera que se quedaría sin sitio y sobrando, nadie en falta lo echaría.


Pero tuve que bajar a la planta -1 para completar el minucioso estudio de campo. Allí se me desbarató el plan.
Estudio para una flagelación sobre madera y único protegido por una urna, nada más que decir salvo que es de supuesta autoría.
Creo que ha llegado el momento de decir a qué destinaré el lienzo y el madero de los que privaré a futuros visitantes.
No tengo cabeza como para que decir que es el más noble destino que he podido concebir le confiera nobleza a mi propósito, luego debo dar una referencia externa.
El más noble propósito de un cautivo es lo que vengo a dar a ambas obras.
-Pues vaya cosa, me digo a mi mismo, así tan vagamente-; especifico, construyo la ciudad de la Luz y busco motivos que inspiren una feliz vuelta a casa a todos los deportados, eso y escribir un buen poema de amor en sus reversos; sea como sea tuve que cambiar la operativa.
Era imposible mover todos los cuadros para ocultar dos y ya estaba a punto de desistir cuando lo desestimé por otro plan tanto o más acorde con el botín.

El día acordado, a las 12 en punto, un visitante temporalmente enajenado e  inofensivo por la puerta principal intenta sacar un cuadro sin disimulo, creando un alboroto divertido como cuando levanta el vuelo una bandada de aves del paraíso.

 Al día siguiente vuelve a repetirse el suceso con otro protagonista sin relación alguna con el primero, a la misma hora pretende sacar un cuadro que le habla según dice, creándose otro alboroto igual o más divertido.
Sucesivamente día tras día a las 12 en punto un visitante organiza un entretenido lío intentando lo mismo que los anteriores, con los que no se le encuentra relación. A veces es un varón y otras una mujer y no se cumple ningún patrón por edad, cultura u origen. A los 30 días como mucho los periódicos y televisiones ya hablan de un Síndrome reglado por especialistas; a los 60 días ya se ha convertido en una atracción nacional que empieza a dar pingües beneficios. Los detenidos son interrogados por policía y jueces asistidos por los mejores abogados y ninguno sale con cargos graves.
Las salas de la muestra se abarrotan desde primera hora cada mañana y se forman en la calle largas colas.
A los 90 días ya es motivo de atracción internacional y se ocasionan a diario cortes y desvíos de tráfico. Prolifera la venta ambulante de manera que ya es posible conseguir cualquier cosa sin salir de allí en esta primavera verosímil.
El plan iba sobre ruedas a falta de no muchos para los 112 días que requería según mis revisados cálculos cuando me percate de que para esa fecha la exposición ya estaría desmontada.
Cada obra de arte tiene su tempo y matiz inalterables, de manera que es preferible dejarla inacabada a terminarla con prisas, así pues, dejé mi obra sin acabar pero satisfecho de mis raíces, aunque la roca a la que me arraigo sea la capitana de un alud.
Mientras termino esta crónica sentado en un banco de madera, agobiado por las deudas adquiridas con los participantes y sus abogados, una amorosa, luego hermosa madre, me pide permiso y se  sienta a dar la merienda a su despierta hija de unos 5 años con tanta paciencia como buena conversación.
Ningún recuerdo enturbia la escena.
Nunca sabré si la esquiva poesía me está cogiendo de la mano o mi corazón está colapsando.
Y a esto se le llama disfrutar del camino.

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