martes, 8 de abril de 2014

DESAYUNO MOTRIZ DE LA MENTE

(...) volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño.

La última vez que miré a una mujer buscaba la belleza, lo recuerdo porque terminé aquel día morando con dureza en su memoria como la sangre se encostra en una herida.
Todos podemos recordar haber colaborado estrechamente con el dolor en la manufactura de sufrimiento y habernos rebelado después como el ángel caído y vuelto a servirle presionados por los poderes fácticos del miedo a la felicidad. Yo me mantuve fiel a la rebelión haciéndola dueña y señora mía y  bella, y es así como se me apareció la puerta de entrada a la caridad escondida a la vista de todos, cuyo umbral intento y consigo mantener pulcro y despejado desde entonces.
Aclaro algo sobre la caridad y sigo: Por un peculiar atropello filológico (que es una elaborada muestra de la arraigada voluntad de ignorancia y oscuridad del hombre), la palabra Caridad ha venido a ser sinónimo de limosna, y no es casi nunca usada en su sentido original, en el que significa la más alta forma de amor que concebir se pueda; así, quien da limosna cree estar practicandola, aunque no haya entre los dedos de su corazón una pizca de amor hacia el mendigo y por nada del mundo acariciaría sus cicatrices.

Aclarado esto, como una cometa liberada de entre las zarzas, este inútil servidor vuela guiado por la mano maravillada de un niño, tanto o más que inexperta.
De nada sirve la experiencia cuando de la experiencia del amor más alto se trata.


INGREDIENTES
-Levantarte una mañana
-Como un árbol talado chirriando:
-Quien entiende esta maraña.



Vamos allá.



Si no puedes ver es porque no quieres ver; ignorante, en último término, voluntario.

Casi todos buscan e inquieren por métodos, programas y sistemas de liberación y perfección, pero el único secreto es el olvido de sí y amar.
Se aprende a hablar hablando, a saltar saltando, a ser enfermo enfermando, del mismo modo se aprende a amar amando.
Todos los que buscan astutamente un atajo se engañan, ama cada vez más hasta olvidarte de ti y nunca alcanzarás el final del camino.
No se trata del egocéntrico olvido de sí que todos conocemos y tanto hace sufrir, sino de ese olvido de los insultos con que te abajas y que, sacando a la luz tus virtudes y talentos, te hace consciente de todo cuanto te falta, sin exaltarte por los primeros.

"Hijo, en la medida de tus posibilidades, trátate bien (...) No te prives de pasar un buen día" (Si 14,11.14).
Empieza como aprendiz y el poder mismo del amor te hará maestro en el arte.

Siempre ha sido y será más seductor el vergel de la ignorancia, aunque sea que caminemos en él como animales de noria, hay que reconocerlo. Maestros en el arte de brillar nos sumamos a la iluminación del asombroso escenario; el mundo habitado y creado por estas gentes normales es plano, tan aburrido que deben distraer su mente para no darse cuenta con toda clase de pasatiempos, pocas veces intensamente agradables, pero bien a menudo desagradables y angustiosos.

Impermanente, propenso al sufrimiento, carente de sí mismo, ¿qué es?


Que la carne sepa juntarse no tiene mérito, una de las condiciones de la materia es buscarse a sí misma y perpetuarse; pero esa parte nuestra que comparamos con las nubes, o con lo sumergido del iceberg, cuando muestra indiferencia ama y su amor es caridad. Apenas un grado más lo cambia todo.

En una de esas cada vez más largas y confusas tardes de primavera, mientras camino a meditar, todo nuestro orden social se sostiene sobre la ausencia de amor, más temido que la mismísima anarquía.

Como en una tertulia agarrotada de monos en lo profundo del bosque, lejos de no ser la cosa nombrada, las palabras se convierten en monopolistas de la realidad.
Un estéril, involuntario e inconsciente egoísmo se adueña de todo parlante con el aparentemente inofensivo uso de mi, mío y todos sus consecuentes, sátrapas inmisericordes de prácticamente el 100% de nuestras locuciones; bien que esto poco importa a nadie, pues nadie ve en ello una raíz podrida, bien que los humanos somos estómagos abiertos buscando comodidad y no hipotéticas llamas hambrientas de la chispa que las prenda, bien que no somos filósofos, pero el cambio revolucionario va por dentro, en pantuflas, sin arreglar, muy de andar por Dios.

Podría mostrar el estupor y asombro que me sobrecogen comenzando esta proposición con no puede ser que, al constatar que luchador es casi el mejor halago y reconocimiento que se puede hacer a alguien. La admiración me inclina, sin embargo, como a un bambú recién nacido el viento del sur, del lado de los que no lucharon.
Claro que existe un yo ansioso por luchar, Buddha sabía que lo hemos hecho de palabras, pero esto cae en el terreno de Anatta, ausencia de ego, es condición de la tertulia sin final de los monos en la que las palabras que tenían poder quintaesenciadas, a fuer de bastardías, han oscurecido sus significados, resultando que no hay una Realidad Verdadera de Hecho igual para dos seres, así que cada mono escupe su opinión en una gran lucha de adeptos.
Todo esto poco importa ya, lo que importa es el bienestar individual sobre todas las cosas de este mundo y una cierta facilidad para desasociar causas de efectos.
Que la justicia rebajemos a mero instrumento castigador a nadie importa.
No nos engañemos, ya tenemos todas nuestras potencias al descubierto, esto es lo que somos, una sociedad en organizada ausencia de amor, que al fin y al cabo es lo que tenía ganas de decir esta tarde de primavera que no me recuerda ninguna otra.

No amamos la Naturaleza, como si Dios o la Ciencia fuesen a proveer de otro planeta en caso necesario o de claridad a nuestro intelecto en el último momento.

Desamamos el Arte atiborrándonos de cosas sin alma.

Y, desde luego, no amamos al ser humano, despreciamos a los pobres y, según la idiosincrasia de cada nación, a grupos étnicos enteros, y cada vez más, a los que sometidos a indignas condiciones fabrican esos tontos objetos de que nos rodeamos y que suelen pertenecer a ambos grupos.
Lentamente una minoría coactiva como jamás hubo otra se apodera de nuestra moral, nunca tan pocas maneras de pensar tuvieron tanta influencia en la vida de tantos.
Nos inoculan el culto a la iglesia y la religión en vez del sano acercamiento a Dios, el culto al estado en vez del culto a la Naturaleza y el culto a nosotros mismos en vez de al Hombre, sin innecesarias sutilezas.
Como nación nos dirigimos a las demás naciones con tácita y protocolaria falta de amor, al igual que ellas entre sí y para con nosotros.
Armados hasta los dientes, siempre dispuestos a robar y matar en nombre de lo justo y natural; es de común sentir que nuestro amigo ayer puede ser el buitre más audaz hoy si nos tiemblan las piernas y mañana hablar a nuestro favor en las Naciones Unidas.
Muy pocas voces se mantienen firmes ante los incontinentes aluviones de argumentos en defensa de la necesidad de prepararnos para guerrear unos contra otros, además, estas pocas voces son ridiculizadas y tachadas de ingenuas e impracticables sus propuestas, aunque las protegemos y nos protegemos de ellas rodeándolas de auras impenetrables.

Pero la guerra 2.0 no pueden sostenerla sino países de industria mastodonticamente desarrollada, es decir,  febrilmente volcada en la producción, distribución y financiación en masa de cosas sin alma, o a costa del empobrecimiento social, cerrándose así el círculo. Como si en verdad fuese de nuestra naturaleza ser los matones de la clase, tener un arsenal puntero lo justifica todo.
Otros tipos de pueblos, artesanos y no violentos, que aman en sus relaciones sociales, caen bajo nuestra férula cultural sin merecer siquiera un comentario original en el telediario, como si lo estuvieran deseando.

De lo que se colige que las actuales disposiciones de nuestras sociedades eclipsadoras de amor serán paulatinamente peores, a medida que la tecnología se haga progresivamente más eficaz; a modo de ejemplo, el adictivo aislamiento que genera el uso civil de la telefonía móvil avanzada y el sostén financiero que le supone al inmenso campo de su aplicación represiva.

Pero no es Dios quien duerme en la barca que se lleva el río.

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